
Vivimos en un mundo hostil y en un momento pandémico que nos hace los días difíciles. Se nos empieza a hacer bola todo y lejos de acercarnos cada día estamos más separados, más independientes y más distantes. Pese a estar pasando por una experiencia que nos cambiará la vida no sabemos caminar juntos en la misma dirección.
Miramos con recelo lo que hace el que tenemos a la derecha y opinamos sin respeto de lo que no hace el de la izquierda. Hemos creado bandos y estamos jugando una partida donde no somos capaces de respetar las normas y solo queremos ganar.
Dos años después de la primera vez que escuchamos hablar de este virus y aún seguimos siendo algo ingenuos y desafiantes. Veíamos a los países asiáticos cortar sus barbas y no pusimos las nuestras a remojar. Y aquí seguimos entrando a la unidad de cuidados intensivos sin enfermedades previas y sin vacunas. No creo que las vacunas puedan quitarnos más de lo que nos ha quitado este maldito virus.
Porque no solo hablamos de los daños físicos, lo hacemos también de los psicológicos y mentales. En adultos las tasas de suicidio han aumentado exponencialmente durante esta pandemia pero que hay de los niños. Poco se habla de los grandes damnificados y los más perjudicados. Y nadie alaba lo suficiente la obediencia con la cumplen todas las normas y el respeto que le tienen a la vida siendo tan pequeños. Y junto a ellos los adultos peleando por los protocolos y debatiendo la necesidad de llevar la mascarilla.
Creo fervientemente en la necesidad de recuperar la humanidad entre nosotros y dejar de ser huraños los unos con los otros. Todos y cada uno de nosotros quiere volver a la normalidad pero no está en nuestras manos. ¿Por qué perder la oportunidad cada día de ser agradables los unos con los otros? ¿Por qué no procurar el bien ajeno e intentar hacer felices los unos a los otros? Pequeños gestos hacen que días oscuros sean brillantes.
No me educaron para hablar por hablar pero sí para hacerlo desde la honestidad y sin esperar nada a cambio por parte del otro. Me enseñaron a sonreír y a compadecerme de quien no aprendió a hacerlo. Y a seguir, no detenerme en el ruido dejando de escuchar buenas melodías. Y puede que haya días que me deje arrastrar por esta pandemia que no da tregua pero me prometo a mí misma intentar conseguir que quienes comparten mi vida tengan motivos para vivir, reír y ser felices aunque sea por un instante cada día.