
Después de casi ocho meses de una pandemia que está agitando todos nuestros cimientos personales, sociales, globales y mundiales vemos cada día en las noticias hablar de héroes de bata blanca. Y así es, personas anónimas que estudiaron una carrera sabiendo que cuando las cosas se pusieran feas ellas no huirían. Curan, sanan pero además acompañan y se despiden. Trabajan con el corazón apretado y sin perder la sonrisa día tras día. Sin subidas de sueldo ni vacaciones no han dejado de servir al prójimo y así seguirán hasta que esto acabe.
Si tengo que volver a salir a un balcón a aplaudir no solo lo haré por ellos, los sanitarios. Lo haré por los niños que con su eterna inocencia han aceptado esta situación y se han adaptado sin levantar la voz. Han entendido que tenemos que cuidarnos los unos a los otros y hoy por hoy la mascarilla es lo que nos salva.
Los colegios son los lugares donde menos contagios se producen y es gracias al esfuerzo que ellos hacen por cumplir las normas. Han vuelto a un colegio que jamás han conocido, con flechas en el suelo, geles desinfectantes, puntos de salida y entrada, patios divididos y sin recibir sonrisas ni abrazos los días que lo necesitan. Se han acostumbrado a todo y todos. Así que yo si aplaudiré por ellos.
Esta generación de niños que viven más en casa y menos fuera, que no pueden jugar en el parque, que han tenido que renunciar a cumpleaños con amigos, que no viajan, que no tienen las extraescolares que quieren y que no hacen excursiones, son esa generación que mantienen el ánimo de muchos adultos y que son pura energía.
Ellos y solo ellos no se agotan, no se quejan, no predicen. No negativizan el día a día y no renuncian a vivir el hoy y que pase lo que tenga que pasar. Los admiro por ser más adultos que algunos adultos y sé que a ellos esta pandemia les va a sumar muchos aprendizajes para su futuro.
Convivo con muchos niños cada día. Me levanto con dos cada mañana y cuando me dan mi beso de “buenos días” sé que por muy malo que sea el día por la noche volveremos a estar juntas y todo habrá pasado. Su amor desmedido, su carita de estar viendo a la mujer que les dio la vida con los ojos llenos de emoción me recarga la energía. Ellas no saben que cada día al cruzar la puerta de casa llevo tatuada su eterna sonrisa y su amor infinito. Me siento responsable de ser la mejor versión de mí misma cada día y mostrarles que hay días que aunque la paciencia no me alcanza me sobra amor por ellas.
Y cuando abro la puerta de mi aula cada día, enciendo las luces, enchufo el altavoz y pongo una música alegre porque quiero preservar un trocito de infancia de mis pequeños alumnos. Cuando crezcan si recuerdan estos tiempos de pandemia ojalá solo almacenen en la memoria los recuerdos buenos, las risas, y esas frases locas que les repito cada jornada.
Niños del mundo, niños de mi vida, os merecéis que cada adulto pinte vuestros días con los colores del arco iris. ¡Gracias por hacerme recordar que la magia existe y que solo hay que creer en ella! Vosotros sois mi magia.
Aplausos…