
Esta entrada va dedicada a todos mis compañeros de profesión que siguen plantándole cara a este bicho cada día. Así que les recomiendo que quienes no tienen a los maestros en alta estima no sigan leyendo.
La idea de que los centros escolares son lugares seguros es algo que pudo ser cierto a principios de septiembre cuando el número de contagios era bajo y porque todo el profesorado adoptamos todas las medidas necesarias. Nos inundaron de protocolos y hemos hecho de la desinfección nuestro principal objetivo sin olvidar impartir los contenidos, rellenar toda la burocracia que la Administración no perdona y hacerlo todo con una sonrisa porque al fin y al cabo los niños se merecen lo mejor de todos nosotros.
Después del desmadre de las fiestas navideñas estamos viendo como cada día confinan cientos de aulas y muchos compañeros están enfermando. Y no, no dejamos de supervisar nuestro trabajo desde casa porque aunque para muchos no sea así somos personal esencial. Lo hemos sido siempre pero en esta situación estamos en primera línea. Estamos rodeados de una media de veintitantos alumnos cada día de los que cuidamos su salud pero también sus emociones.
Hemos agrupado a los más pequeños en burbujas. Les hemos parcelado su patio y les repetimos cada día un gran cantidad de nuevas normas. La importancia de cuidarnos los unos a los otros. Hemos vivido una verdadera locura desde septiembre sin tiempo para innovar, para intercambiar ideas y nos hemos convertido en robots de tareas y rutinas que nada tienen que ver con la educación. Y aún así asumimos el plan, nos adaptamos, pero señores dejen de saltarse las recomendaciones porque las burbujas han explotado y el virus está campando a sus anchas por todos los colegios.
Y no, no queremos aplausos desde los balcones queremos respeto a nuestra profesión y que nos hablen claro desde arriba. Hemos soportado las bajas temperaturas con las ventanas abiertas y hemos tenido que oír como nuestros alumnos nos pedían que les calentásemos las manos porque no podían escribir.
Sabemos que este año somos “la gran guardería” para que la economía no se hunda pero al menos vamos a reconocerlo públicamente y a centrarnos en eso. Dejemos de lado los votos políticos y miremos a las personas.
Y entre medias de toda esta pandemia también vemos aprobar una nueva ley educativa para la cual no hemos sido preguntados, nosotros que estamos a pie de campo. Gobernar desde los despachos no digo que sea fácil pero desde luego está bastante alejado de la realidad que cada día vivimos miles de docentes.
Este enfrentamiento que existe entre la enseñanza pública y la concertada es algo que viene de lejos. Ninguna sustituye a la otra y ambas se necesitan. La existencia de ambas asegura la libertad de enseñanza así que no da lugar al debate pero ahí seguimos eternizando la cuestión.
Queda mucho curso por delante, muchas horas de docencia, mucha desinfección y mucho por compartir. Vamos a ver muchos positivos y relevos de profesores y aunque estamos cansados, muy cansados de luchar contra el viento, vamos a continuar estando en primera línea porque aunque no somos considerados esenciales sabemos que los niños nos necesitan porque el colegio es su mejor patio.