
Levanté un muro. Piedra a piedra cargadas con mis manos las fui colocando bien pegaditas sin dejar ni el más mínimo espacio entre ellas.
Levanté un muro. No demasiado grande ni alto pero me ayudó a sentirme segura.
Levanté un muro. No tenía ni puertas ni ventanas y la única forma de atravesarlo era saltando. Escondí la escalera.
Levanté un muro. Y no quise ver ni volver a mirar. Tampoco escuchar ni sentir.
Levanté un muro. Me ayudó a no sentirme frágil ni vulnerable. Dueña de mi presente, equilibrada y fuerte.
Levanté un muro. Cada piedra sostenía un millar de recuerdos, de planes no completados ni proyectos acabados. El cemento resultó ser de gran calidad pese a estar hecho de rabia, ira y emociones nada bonitas.
Levanté un muro. Fue un trabajo minucioso, largo y muy estudiado. No dejé que nadie me ayudara ni se entrometiera. Era mi muro y solo mío.
Levanté un muro. Lo hice para escapar. ¡Qué cosa tan loca! Los muros no sirven para escapar y ayer aprendí que derribarlos permite caminar de ambos lados y llegar a cual sea tu destino.
Levanté un muro. No estoy preparada para derribarlo. Pero quizás vuelva a colocar la escalera y me asome a ver lo que hay al otro lado. Quizás vuelva a querer mirar, escuchar y sentir. Tal vez me deba esta oportunidad para poder preparar la tierra para volver a sembrar otras semillas que den otros frutos. Está bien dejar el corazón en barbecho pero después hay que volver a prepararlo para que vuelva a ser fértil y hermoso.
Levanté un muro sin saberlo, sin buscarlo y sin provocarlo. Coloqué algunas máscaras y unos cuantos antifaces pero soy demasiado transparente al ojo humano de la terapia. No me rindo, no bajo los brazos y no me falta valentía.
Levanté un muro. No fue la mejor solución pero sí la que tenía para ofrecer en ese momento. La vida no es un juego de niños y hace tiempo que me cansé de los secretos, los juegos y los laberintos.
Levanté un muro. Lo levanté pero sé que algún día lo dejaré caer. Mientras tomaré aire y seguiré adelante como antes, como ahora y como mañana.