Historias de verano

Ella con su vestido blanco de flores azules, sus zapatillas de lona y su sonrisa pícara pudo conquistar aquel corazón pero no quiso. Se negó a oír a su corazón y a seguir su intuición porque el precio era demasiado alto. Y justo en el momento en el que se decían adiós ella supo que nunca podría olvidarlo.

Él con sus vaqueros desgastados, sus zapatillas azules y sus ojos verdes estaba dispuesto a dejarse conquistar. Escuchó aquel pálpito y apostó todas y cada una de sus monedas aunque quedara arruinado porque sabía que tras esa despedida la recordaría todos y cada uno de sus días.

A ella le encantaba jugar, escalar montañas y perderse entre árboles porque era la única forma que había encontrado de seguir viviendo pese a todo y todos. Su cara de niña y su frescura hacían que fuera especial y atraía las miradas por allí por donde pasaba. Ellos no podían quitar sus ojos de encima y ellas cuchicheaban a su espalda.

A él le encantaba ganar, zambullirse en aguas heladas y navegar en mares sombríos para curar todas y cada una de sus heridas abiertas. Las canas de su pelo y su carácter uraño hacían que todo el mundo le respetase. Ellos envidiaban su fortuna y ellas a la mujer que le robó su corazón.

Se conocieron en una tarde de junio lluviosa. Ella recién llegada de la ciudad corrió a ver el mar para verter en él todas y cada una de las lágrimas que le oprimían el pecho. Él cansado de navegar solo todo el día amarró su barco en el embarcadero y tocó su herida del pecho para comprobar que estaba cerrada pero que aún dolía.

Cruzaron sus miradas por un instante y enmudecieron. Desde aquel instante y durante todo el verano no hubo un solo día que no acabaran viendo el atardecer en aquella playa de arena y piedras. Si algo les unía eran sus ganas de vivir porque era la única forma de mantener vivos los recuerdos de su historia.

Cenaban de día y comían de noche. Buceaban en busca de corales y perlas. Bailaban descalzos y huían de la gente porque no querían escuchar la respuesta que todo el mundo sabía. Cogieron aquel calendario y lo rompieron en mil pedazos para no mirar el tiempo que les quedaba juntos antes de despertar de aquel sueño.

Y llegó el final del verano. Los turistas se marcharon. El sol dejó paso a las nubes. Aquel adiós que ella no quería y él no deseaba pero que ambos dejaron que sucediera fue el punto y final de aquel verano.

Quedaban muchos veranos aún por venir. Quizás esta fuera una de esas historias con puntos suspensivos o con demasiados interrogantes abiertos pero lo que es cierto es que aquella chica del vestido blanco y aquel chico de vaqueros desgastados vivieron el mejor verano de sus vidas.

¿CONTINUARÁ? Habrá que esperar hasta el próximo verano…

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