
El calendario me recuerda que el final del verano aún no está cerca pero sí el de las vacaciones. Los días son más cortos y el sol desaparece antes para que vayámonos haciéndonos a la idea que la rutina empieza a llamar a la puerta.
Una parte de mí desea la vuelta al día a día y otra quiere exprimir hasta el último atardecer. Agosto es un mes que nos regala tormentas de verano, cielos rosados y treinta y un días para comer helados y andar en bañador. En mi infancia de veranos de pueblo el fresco empezaba a notarse por las noches y llorábamos al despedir a los amigos que partían a su lugar de destino.
Todos los veranos son distintos pero éste el más diferente que viví de toda mi vida. Pude coger todo mi tiempo y todos mis días, distribuirlos, compartirlos y vivirlos conscientemente, intensamente y felizmente. Y claro que hubo de todo eso menos bueno y menos fácil, también cansancio y algunas lágrimas. Pero programé mi mente antes de empezar el verano y me prometí dejar registrados todos los motivos de mis risas y no de mis llantos.
Recuperé algunas cosas que me gustaba hacer y las adapté a mi nueva realidad. Caminé y caminé muchos kilómetros cada día para tonificar no solo mi cuerpo si no para dejar equilibrado todo mi ser. Y probé cosas nuevas, sensaciones nuevas y gente nueva. Eso me hizo salir de mi zona amada de confort y abrió la llave para conocer una parte de mí que andaba perdida o tal vez dormida. Visité nuevos lugares, subí a montañas rusas y con mis Pequeñas Campanillas de la mano cree un red de recuerdos de este verano.
Y sí, ha sido el verano de vivir hacia fuera y hacia dentro. Cada kilómetro y cada tramo del camino guardan todo eso que viví, que reí y que lloré este verano porque la vida con sol o sin ella nos pone a prueba, nos enseña y nos recompensa. Y sí, ha sido el verano de reunirme con personas importantes en mi vida y lo son porque de ellas aprendo, porque puedo ser yo sin maquillaje, porque confío en que me dirán que estoy equivocada y que me abrazarán, con las que puedo reír hasta dolerme la barriga y que ven en mí lo que yo no soy capaz.
Y no concibo un verano mejor pero sí sueño con un otoño igual. Quizás el calor nos abandone en unas semanas pero quiero guardar esa sensación de vivir en verano para el resto del año. La rutina no me asusta, tal vez porque ser madre te hace vivir al día y porque mi rutina es ejercer la profesión que elegí y que me llena completamente.
En estos días finales empecé con mi nueva lista de propósitos hasta final de año. Y no se trata de abarcar lo que no puedo pero sí de jugar con mi tiempo a mi favor como nunca antes. Hay cosas que ya no puedo postergar más ni quiero hacerlo porque todo llega a su tiempo, a su modo y en su lugar. Como el verano que se marchará a su tiempo y dejará que venga el otoño. Le abrazaré con fuerza y le susurraré al oído bajito que es tiempo de cosecha y de recoger los frutos.
¡Hasta siempre verano’21!