
Diciembre me pesa. Siempre fue así, quizás ahora más. Entre bolas rojas de Navidad y luces brillantes mi mirada se fija en los meses pasados. El calendario y el tiempo se llevaron casi por completo estos trescientos sesenta y cinco días. Podría decir que se me escaparon entre los dedos de mis manos pero no es cierto. Hubo días intensos, otros muy movidos y unos pocos que mejor agradecer por lo aprendido pero olvidar.
Uno de los grandes guías de mi vida siempre habla de que no hay nada definitivo, tampoco la muerte. Esta afirmación me encoge y me libera el alma a partes iguales. Hay días que necesitamos saber que algún día el dolor que sentimos desaparecerá o que nuestra felicidad jamás se esfumará. Pero crecer también supone madurar en pensamientos y creer sin ver.
Pensar que hay puertas cerradas, cajas de Pandora selladas y caminos abandonados que algún día pueden volver a hacerse presentes es una afirmación dura de asumir pero la vida me enseñó que el orgullo no dio de comer a nadie, así que mejor abandonarse a la idea de que tenemos que vivir y que pase lo que tenga que pasar.
Vivimos con planes, objetivos, sueños, esperanzas…pero nada es definitivo. El “no” de hoy es quizás el “si” de mañana. La oscuridad, las piedras del camino, el dolor punzante que nos mata hoy, tal vez sea lo que necesitamos para afrontar lo que venga con todas las garantías de no caer en un abismo. Y sé que es difícil de creer cuando el corazón duele pero todo pasa, y eso que te pasa hoy también pasará.
Las cosas que vivimos, las personas que nos rondan, las que dejaron de hacerlo por muy poco tiempo que nos acompañaran necesitaban de nosotros y nosotros de ellos. Lo que se llevaron jamás regresará pero lo importante es saber qué hacer con lo que nos dejaron sea lo que sea. Aprovecharlo, sanarlo, aceptarlo y agradecerlo.
Y no puedo decir que la vida nos recompensará con algo mejor porque no siempre es así. Lo importante es aprender a vivir con lo que nos toca y bailar aunque no sepamos hacerlo encima de unos tacones. Y creer, creer mucho en nosotros mismos y en nuestra capacidad de revertir cualquier situación por triste que sea.
Quizás leas esto y no te llegue nada. Créeme que algún día sin saber por qué estas palabras te resonarán. Lo que creías definitivo no lo será y estarás frente a esa puerta que creías cerrada y entenderás que el siempre y el nunca son dos palabras que hay que engullir y tragar. Aprender a no decirlas en voz alta hace que lo definitivo ya no lo sea.