
Así como figuras planas quedan muy bien plasmadas en cualquier forma de arte. En blanco y negro o en color, de distintas formas y tamaños, a contraluz o difuminadas siempre las podemos reconocer.
Siempre opto por los cuadrados u otras figuras geométricas con lados, vértices y aristas. Y sé que éstas últimas no son muy populares porque son áridas y cortan pero son necesarias para que la vida tenga más de una cara.
Muchos optan por los círculos por ser fáciles, redondos y confortables pero me cansa darle vueltas a lo mismo una y otra vez. Pasar siempre por el mismo camino, tropezar con la misma piedra y llegar siempre al mismo final no es una rutina que adopte para mí.
Los cuadrados tienen fama de serios, aburridos y tercos. Hay algo de verdad en ello, pero también son empáticos, audaces y aventureros. A veces difíciles de entender, otras reservados pero genuinos. Sostienen grandes construcciones y se unen a otros para ser más fuertes.
Los círculos de la vida acaban viciados y es mejor salir de ellos cuanto antes. No son demasiado sólidos aunque hagan el camino más amable. Son los grandes elegidos y de personalidad infantil, no en balde es la primera figura que aprendemos a dibujar antes de saber cómo se llama incluso.
La combinación perfecta sería mezclar ambas tipos de figuras planas. Todos necesitamos unos cuantos círculos que nos hagan aprender y unos cuadrados que nos den la estabilidad que necesitamos.
Soy más cuadrado que círculo aunque en mi mente y sobre mi tapete haya sitio para ambos. Sé que cuando juntas dos cuadrados iguales formas un rectángulo con dos lados iguales dos a dos. Por tanto sumar un cuadrado a nuestras vidas nos da la posibilidad de formar una nueva figura plana. Es como ese abrazo que funde a dos personas en un sola latiendo al unísono, bailando en cualquier sitio sin música o juntando tierra y mar.
Elijan su figura. Háganlo con toda la libertad de fallar y al final encuentren la suya. Sin miedo, sin pudor pero con respeto.