Un cuerpo, mil facetas

Mi reflexión de hoy es acerca de cuantas facetas puede albergar una misma persona. Si fuéramos una moneda solo tendríamos dos caras aunque también pudiéramos caer y rodar por el suelo al final mostraríamos uno de los lados.

Pienso en mí y soy un mismo cuerpo transitando cada día entre varias facetas. Me levanto siendo una mujer despeinada que se pone el delantal de mamá para preparar desayunos y almuerzos. Salgo por la puerta de casa y atravieso la del cole para enseñar las horas de un reloj o las partes de un río. Me pongo los guantes de enfermera para curar algunas heridas de guerra fruto de la intensidad que se vive en el patio. Y acabo mi jornada haciendo coaching para que mis alumnos no pierdan la motivación, esa que nadie más parece poder transmitirles.

Estamos a final de un duro curso escolar que finaliza en pie de guerra pidiendo audiencia a golpe de mazo. Mi salud se resiente, mi garganta a penas mantiene su voz pero dentro de setenta y dos horas doy por concluido este año. Entonces y solo entonces me sentaré a reflexionar acerca de cómo hemos llegado a este punto de no retorno en la enseñanza. No me darán el diploma a la mejor maestra del año ni tampoco a la más diplomática pero a las cosas hay que llamarlas por su nombre desde el más absoluto respeto.

Ser madre y maestra fueron las mejores elecciones que hice en el pasado. Pero hay otras silvias que habitan en mí y que van pulsando poco a poco. Algunas no las elegí yo si no que me eligieron ellas. Algunas no desaparecieron simplemente se adormecieron y ahora ante su llamada tienen que despertar. Ya probé a ignorarlas y pagué un precio muy alto. Malgasté muchas monedas y ahora con las que me quedan he de encajar las piezas del puzzle.

Mi vida siempre estuvo llena de renuncias por muchos motivos. Hubo un tiempo en el que las acepté sin más pero ahora no es ese tiempo, ya no, ya no va conmigo. Ya no puedo, ya no quiero. La sangre llama a la sangre. Los antepasados tiran y los presentes claman por ti. La lealtad tiene un precio muy alto pero cuando lo pagas te sientes ligero y lleno de paz. Entonces sabes que haces lo correcto aunque otros miren de reojo.

Empieza la estación veraniega. Los días se llenan de sol, mucha agua llena de sal y cloro y helados de media tarde. Días de descanso y noches de baile. Viajes, planes y risas. La vida continúa y la paciencia todo lo alcanza. Sé que el sufrimiento viene sin que se le espere igual que las conversaciones largas y tediosas curan heridas y abren brechas. Sé que al amor no le van los números y que vivir es arriesgar. Aprendí que levantar muros solo sirve para separar pero que también se pueden derribar. Lo mejor del tiempo es que coloca a cada uno donde debe estar y ahoga las amarguras y que también da y quita la razón.

Sigo explorando nuevas facetas y quien sabe si el verano traiga nuevos aires y me despeje la mente. O tal vez, vengas a devolverme la paz que me quitó el invierno y ahuyentes todo eso que ya no forma parte de ninguna de mis facetas. Tal vez, todo o tal vez nada…

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