Mi año

Hoy cierro mi año. Me despido de cada uno de los trescientos sesenta y cinco días de estos doce meses. Di la vuelta completa al calendario. Escalé la montaña más alta que jamás me había encontrado y lo hice con tacones. Se me hizo difícil llegar a la cima pero jamás abandoné porque fui educada para no rendirme aunque la lluvia me calara hasta los huesos y el rímel cayera por mi rostro. No soy la más rápida ni la más fuerte pero soy todo lo mejor que puedo ser cada día. Y eso me basta. Eso me trae paz.

Empecé mi año sabiendo que el amor no es conformarse con las migajas de nadie, que los sueños no se los lleva nadie porque son de cada uno, reescribiendo las estrellas y agradeciendo todas las hadas madrinas que este año fueron mi bastón para llegar hasta la cima. Supe que llegué al sitio que necesitaba cuando cada mañana encendía la luz y ponía música para ahuyentar al COVID. Fue el año de la incertidumbre, del vivir hacía dentro, de las mascarillas y los geles. El año de las risas con los ojos, del equipo comedor y de los abrazos furtivos. Ha sido el año de dejar en manos del destino a quien no cree en él y de aceptar que lo que es del otro no me pertenece.

Esta semana fui cerrando algunas cajas pese a que la mudanza la hice meses atrás. Y me miré en el espejo durante un largo rato. No conté mis arrugas ni las cicatrices pero les prometí aprender de ellas y dejar que el blanco gane al verde. Ahora no. Aún no. Pero un día sí. Porque la vida me devolvió este año el equilibrio que había perdido. Curó casi por completo mi ojo enfermo y me regaló el año más bonito de maternidad que había vivido hasta ahora. Elegí ser madre por encima de mí misma y eso es algo que solo las mujeres pueden entender.

Dentro de un tapete lleno de colores coloqué las piezas de mi puzzle. Y ahí estaba como siempre él, mi primer amor, ese que me enseñó a caminar por la vida, que me mostró la escalera llena de peldaños alcanzados y los que aún faltan pero que me regaló la serenidad que siempre tuvo. Y ella que fue la única que apostó por mi vida y sigue regalándome su fuerza ahí estaba cogiendo a mis dos niñas de la mano. Siempre pensé que la pieza número veintidós no encajaba con la trece y me equivoqué. Siempre me verás como una niña indefensa y el día que dejes de hacerlo te abrazaré fuerte para que sientas que hay un sitio lleno de luz esperando por ti. Solo será tuyo.

Hoy acaba mi año. Con caldero o sin él sigo adelante porque la vida me espera y a mí no me gusta llegar tarde. Devolví las llaves hace tiempo así que es hora de abrir nuevas puertas y dejar llegar viento fresco. No sé cómo haré para bajar esta montaña tan alta con tacones. Podría dejarme rodar pero acabaría llena de rasguños. Quizás me quede en la cima un poco más cogiendo fuerzas y aliento. Tal vez bucee dentro de mí y deje bien colocado el corazón, el alma bien limpia y la mente libre de pensamientos feos.

Pero quiero que sepas que tú y solo tú que esperas por mí serás el primero en saber que estoy lista para bajar la montaña. No necesito que subas a por mí solo que me prometas que a partir de ese momento cualquier montaña por bajita que sea la escalaremos juntos cogidos de la mano.

Acabo este año de nieves con muchos bienes personales. Recordándome que mi destino no está en mi mano pero mi voluntad sí. El cielo jamás me dio la espalda y me dejó sola. Así que no ignoraré mi futuro ni socavaré mi presente. Mañana empezará una nueva página en blanco y seguiré escribiendo con líneas torcidas pero llenas de verdad, de humor y de cariño.

Gracias por acompañarme un año más, contigo conunasdesilvia.com hace sentido.

2 comentarios sobre “Mi año

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