
Mis Pequeñas Campanillas como buenas hijas aún no lo saben pero tienen una madre que aunque a veces lleve capa y escudo no es invencible ni inmortal. Bromeo diciéndoles que mataré monstruos por ellas pero la realidad es que no puedo quitarles las piedras del camino porque tienen que aprender a tropezar y caerse para volver a levantarse.
Como madre desde hace ocho años he cometido errores y aciertos pero en mi segunda maternidad que además es en solitario sigo leyendo, informándome con pediatras, psicólogos y terapeutas acerca de temas que van más allá de la salud física porque si algo tengo claro es que criar es fácil pero lo que te quita el aire es saber educar. Y no me refiero a educar a dos máquinas que tengan carrera, casa y coche sino a dos personitas con una buena base emocional aunque porten heriditas de la infancia.
He invertido más de la mitad de mis años de maternidad en la perfección. Estaba volcada en ella y vivía para ella pero las experiencias, el tiempo y los aprendizajes me han hecho dejar un poco de lado esa perfección que es imposible, totalmente inalcanzable, desgastante y al final del día frustrante. Todos los momentos no son iguales ni tampoco los hijos por muchos que tengas pero todos quieren lo mismo que les mires, les prestes atención y los abraces.
He ido repasando las cientos de tareas de las que cualquier madre puede encargarse y al final solo unas pocas son las muy imprescindibles cada día, el resto suponen un nivel de exigencia que ninguno de nuestros hijos necesita.
Cuando crezcan mis hijas entenderán que soy como cualquier madre de cualquier punto del planeta que solo hace cada día lo mejor que puede su labor de madre. Hay días que se me escapan los gritos, la paciencia brilla por su ausencia y enchufo el televisor antes de cenar por mi salud mental y al acabar el día me siento tan culpable como cansada. Pero jamás les he ocultado como soy ni quien soy. Puedo mirarles a los ojos y decir que no tengo un buen día o enseñarles mis lágrimas porque la vida a veces se pone cuesta arriba. Pero sé que entienden que sigo aprendiendo, que busco ayuda para comprenderlas mejor y sienten que ellas son la mejor parte de mi vida.
Y como bien dice el título de esta entrada no soy una superwoman pero ya no quiero serlo. Intentarlo durante tantos años solo me ha enseñado que no lo necesito y no quiero serlo. Hace mucho tiempo me adscribí al clubdelasmalasmadres y estoy tranquila por ello. No hago las mejores croquetas pero sí los disfraces para cada función escolar. No entiendo la mayoría de las modas infantiles y no las comparto pero en mi casa hay balones y muñecas a partes iguales y son bienvenidos todos los colores.
Sé que algunas personas que siguen mi blog son madres y hay días que devolverían el carnet de madre pero llega el día que te miras al espejo y asumes quien eres y que no hay una madre mejor que tú para tus retoños. Y así es…