
Después de unos días viviendo en una montaña rusa de emociones y perdiendo el equilibrio por momentos, respiro hondo y lo hago por mí. Estamos acostumbrados a darnos a los demás, en estar para los demás, en escucharles, animarles y aconsejarles. Creo que no hay cosa que disfrute más y que va implícito en mí pero cuando el aire falta y el cuello de la camisa aprieta necesito parar y tener un acto de amor conmigo misma.
Distanciarme, alejarme por unos momentos, silenciar mi móvil y a todos dentro de mi cabeza. El pensamiento tiene el poder de crear y destruir. A pesar de lo estudiado, de lo aprendido, de lo pasado y de algunos años de terapia aún cometo errores de primero de guardería. La diferencia es que me acepto así y me perdono. Quizás aún no soy capaz de pasar algunas cosas por alto o simplemente no quiero pero aprendí a dar algún paso hacia atrás cuando el ambiente me turba.
Siempre se han visto las lágrimas como un signo de debilidad y flaqueza pero la inteligencia emocional y las nuevas tendencias, filosofías o llamadlo como queráis insisten en dejarlas salir, en soltar todo eso que nos aprieta para que la bola se haga más pequeña y finalmente desaparezca. Lloro, lo hago cuando nadie me ve y no porque me importe mostrar como estoy si no porque aún pertenezco a esa generación que fuimos educados así. Esta semana experimenté la sensación de hacerlo delante de personas que no me habían visto llorar así, en el lugar quizás menos apropiado, en el momento menos idóneo y por el motivo menos motivo pero llegaron con fuerza y me estaban arrasando por dentro y sí, entendí, que tenía que dejarme llevar y soltar lastre.
Siempre dejo llorar a mis hijas, a mis alumnos/as, y a mis amigos/as. Acojo ese momento con cariño porque sé que tengo que aprender de quienes saben llorar porque yo no sé hacerlo. En mis letras comparto muchas cosas y soy clara pero la humana que escribe delante del mundo sonríe, pone música, baila pero guarda mucho y a muchos. Quizás por supervivencia, quizás por educación, quizás por las heridas que porto o tal vez porque es un acto de amor hacia mí misma.
No todas las semanas son buenas ni maravillosas. A veces los mensajes de amor que nos repetimos los olvidamos. Hay días que te levantas nublado y que todo se complica. No duermes, no das para más ni para nadie más. Acumulas y estallas. Bajas la guardia y eres víctima de tus propios pensamientos y nada tiene que ver con el resto de personas porque somos responsables de nosotros mismos no de lo que los demás digan ni hagan. Se te olvida poner límites y decir “aquí no”, “así no” y “conmigo no”…. y ya perdiste la partida. No soy competitiva, pero esta es una partida que no me gusta perder nunca.
Y todo este post de hoy quizás no os resuene mucho a algunos de vosotros/as pero como siempre he dicho escribo como una forma de soltar y de hacerme terapia a mí misma. Así que aquí dejo estas líneas porque este es el juego de la vida y no quiero volver a perder.