
El otoño se ha apoderado del calendario. Los árboles se han quedado desnudos frente al mundo y los días son más cortos. Las rutinas se acompasan con el minutero del reloj y las calderas empiezan a encenderse para dar calor y asar castañas.
Frente a un cruce de caminos con una respuesta en cada mano miro al cielo y busco una señal que me diga hacia qué lado avanzar. Y como cualquier viernes de terapia la respuesta se hace clara, tanto que me falta el aire solo ante la idea de escoger el otro camino.
Nunca fui de quedarme quieta, ni parada y menos aún callada. Dejar que el universo actúe me colma la paciencia por eso le pregunté si mi aprendizaje era esperar, parar y sólo fluir y su respuesta fue un no rotundo. Estamos en otoño, la época de la cosecha, de recoger los frutos y nadie hará por nosotros ese trabajo.
Es la hora de ponerse en marcha, de salir a correr o seguir haciéndolo, de no conformarse con ser vista y empezar a mirar a los ojos de aquellos que se cruzan en el camino. Es la hora de saber quien sí y quien no pero también de responder y no dejar que el silencio inunde el ambiente. Este es el momento de salir al mundo sin cargas, con un pasado que ha sido maestro pero que no condiciona el futuro.
Es el tiempo de cambiar de estado. De rescatar el brillo. De ponerse zapatos y salir al encuentro de una vida que me pertenece y que busqué. Lo que tengo ahora es lo que mi alma necesita aquí y ahora. En algún otro lugar hay un aquí y ahora que busca lo mismo y así es como algunos círculos se abren y otros se cierran.
Llegar ante este cruce de caminos me ha costado cada lágrima y curar cada herida. La casualidad no existe. Lo que vivimos no es casual. A quienes elegimos no es casual. Hubo días que bajé los brazos, me llené de rebeldía y bien sabe el cielo que no soñé con este camino pero si vino a mí no voy a abandonarlo porque seguro que en él encontraré piedras pero también perlas.
No soy la más fuerte. No soy la mejor. No soy la más constante ni la más consciente. Pero si algo aprendí fue a desaprender y dejar de lado una rigidez que contractura mi camino. Pierdo la Fe con facilidad y olvido poner límites. Dudo de cosas con el corazón que aseguro con la boca y hay días que no me entiendo ni a mí ni a nadie.
Pero llegó la hora de salir al encuentro. No es una búsqueda es un encuentro. Es el momento de volver a cruzar dos caminos y crear una intersección. Se acabó el dar vueltas y girar sin sentido. No sé cuántos kilómetros tenga que recorrer ni el tiempo que me lleve pero desde hoy salgo a por ti y lo hago por mí. Y si nuestros destinos no se encuentran la acción me llevará al lugar en el que tengo que estar. ¡Palabrita!