Llegó el día

Vivimos de puntillas sin hacer ruido. Queremos ser brisa cuando solo se aprende siendo huracán. Cerramos los ojos al futuro porque nos asusta nuestro presente y lamentamos un pasado que no queremos cambiar.

Vivimos sin mirarnos por dentro y preocupados en cambiar por fuera. Corremos hacia delante pero mirando hacia atrás por si alguien nos sigue olvidando que quienes son importantes son los que nos esperaron en la meta porque ellos siempre confiaron en nosotros.

Vivimos con miedo a decir “te quiero” y preferimos la superficialidad a la profundidad. Nos asusta el compromiso y construimos unos cimientos que la leve brisa los destruirá pero estamos tan asustados que preferimos vivir en el dolor que apostar por el amor.

Parece que vivimos pero en realidad sobrevivimos y vemos pasar los días uno tras otro. Nada nos conmueve, nada nos ata, nada nos atrapa y no lo hace porque salimos corriendo cuando la cosa se pone seria.

Y llega un día…

En el que entiendes que nunca anduviste de puntillas porque eras huracán y a veces arrasaste y otras te dejaste arrasar pero miras a tu pasado para aprender de él, a tu presente porque es lo que te ancla y a un futuro que anhelas más que nunca.

En el que aprendes a mirarte por dentro, a conocerte, a poner límites a tu “niñita interior” y a aceptar tu cuerpo con todas sus cicatrices y estrías. Y te cuidas y haces deporte porque necesitas toda la energía del mundo para seguir el ritmo que la vida te marca. Y miras a esa meta y sabes que ahora sí están todas las personas que necesitas en tu vida.

En el que sabes que nunca te asustó decir “te quiero” y la vida te enseñó que mejor hoy que mañana. Nunca le temiste al compromiso y a los cimientos fuertes. La vida te reformó en muchas cosas pero en eso del corazón tiene la batalla perdida. Quizás fracases pero ya sabes que el peor fracaso es lo que no se intenta. Y ahí vas tú con todo pero no con todos, no a cualquier precio, no porque sí y con tus pies en el suelo pero tú corazón en el cielo.

En el que no sobrevives, simplemente vives. Sentías que la vida guardaba un as en la manga y confiaste en que si hubo una vez que te dio buenas cartas habría una nueva oportunidad y no te equivocabas. Y no sabes muy bien cómo pero sí por quien ese corazón que estaba dolorido empezó de nuevo a latir. Nunca dejó de hacerlo. Quererte a ti fue tu mejor decisión. Apostar por ti fue la apuesta más segura. Y ahora escuchar de nuevo los latidos de dos corazones al unísono es una tesoro que quieres cuidar y guardar.

Sal a la calle, enfréntate a la vida y enfrenta a quien te regale su tiempo, a quien te coja de la mano y a quien se quede cuando el resto se marche. Échale valor y atrévete a vivir y a querer porque llegará el día que no te quedará nada por apostar ni nadie por quien hacerlo.

Llegó ese día…

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