Etiquetas

Tenemos una extraña manía en etiquetar todo y a todos. En esta sociedad que estamos construyendo nos ha entrado la prisa por encajarlo todo y ponerle el cartel o señalar la dirección para que nadie se pierda. Pero es que a veces las cosas son como son sin necesidad de más aclaración ni más títulos.

No es necesario ni útil mentalmente tener que concretar hasta el último detalle ni definir hasta el último punto. Llevamos una vida programada sin lugar a la improvisación y con el miedo de quedarse en el limbo de la nada. Nos hemos auto convencido de la necesidad de pertenecer a un único sitio y de permanecer dentro de un mismo círculo.

Tradicionalmente nos hemos movido en una única dirección por un mismo camino y con un único objetivo. Pero por qué limitarse cuando el mundo está lleno de infinitas posibilidades. Hay momentos en la vida en que todo vale y hay otros en los que solo uno vale. Hay momentos en los que todo tu mundo se ciñe a un reducido círculo de vivencias y también es válido mientras seas feliz y si no solo tienes que cambiar las cosas.

Viví algunas veces eso de estar sentada en una silla mientras alguien enfrente de mí arruinaba mi presente y entristecía mi futuro. Me pesaban tanto las piernas que no conseguía ni dar un paso hacia delante pero me quedaron las fuerzas suficientes para tampoco darlo hacia atrás. Lloraba ahí sentada mientras se me rompía el alma. Si hubiera sido el corazón un poquito de pegamento lo habría arreglado pero el alma no se recompone tan fácilmente. Con el tiempo uno aprende que aunque quiera ponerse otra coraza al final no hay dique que contenga el agua.

Auto conocerme me ayudó mucho pero me hace cuestionarme mucho más las cosas, las situaciones y a las personas. Hay actitudes a las que sí hay que ponerles límites y personas que hay que dejar marchar por la puerta pequeña pero agradeciendo lo que te enseñaron. También soy consciente de que mi empatía tiene un tope y a partir de ahí no hay más. Me encantaría decir que perdono y olvido pero estoy a medio de camino de todo porque tengo una memoria joven y un corazón algo cansado.

Leía el otro día acerca del amor de una vida y de las almas gemelas. El escritor argumentaba que el primero nunca se olvida y que es el que te acelera el corazón. El segundo llega después del primero, es el que se queda y el que te da toda la paz que te quitó el primero. Yo no sé si esto es así de cierto pero como decía al principio nos ha entrado la angustia repentina de darle a todo forma y nombre. Pero solo el tiempo, los ciclos de la luna y las mareas son los que colocan a cada uno donde tiene que estar y con la compañía que necesita.

Si tuviera que elegir yo no quiero ser ni el amor de una vida ni el alma gemela. Quiero ser el último amor de una lista, el final de un libro, no un capítulo más. Quiero ser la llamada de emergencia, la mano derecha, el otro lado de la cama, el futuro, la vuelta al mundo no un viaje de siete días. Quiero ser el trébol de cuatro hojas, la cara y la cruz, la sensación de paz y luz.

Una vida de buenas y malas decisiones me llevó a tener que definir cómo quiero que sea mi camino y las personas que caminan en él. Y luego ya que venga el destino y vuelva a cambiar mis cartas pero que no sea porque no supe apostarlas.

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