
¿Qué tiene el silencio que da tanto miedo? Estamos tan acostumbrados al ruido que inunda nuestra cabeza y nuestra boca que cuando no hay nada que decir el corazón se encoge y la mente se nubla.
¿Qué tiene el silencio que es tan caro? Las palabras nos salen a cientos. Muchas veces no pensamos lo que decimos y otras pagamos un precio alto por las que callamos. Pero el silencio es caro de mantener. Nos cuesta amistades, relaciones y nos coloca en casillas de salida.
¿Qué tiene el silencio que nos acerca al dolor de nuestras heridas? Una habitación a oscuras, madrugadas de invierno, recuerdos que nos persiguen y despedidas que duelen. Capítulos ya leídos y versos que dejan de rimar.
¿Qué tiene el silencio que nadie nos enseña a mantenerlo? En la escuela los maestros nos enseñan a callar y esconder nuestra lengua pero a mantener el silencio nadie puede enseñarnos porque solo nosotros somos los dueños de él.
¿Qué tiene el silencio que calma nuestros sentidos? En días de ritmo acelerado y alma desordenada nada mejor como un silencio sordo. En días en los que no hay nada mejor que decir que el propio silencio mejor dejar pasar las palabras.
Vivo una época de silencio en palabras escritas. Quizás demasiado ruido en estas semanas acorralan mi inspiración. Quizás poco que contar o tal vez momento de guardar. Momentos de vivir hacia dentro mientras el huracán arrasa con las horas de mis días. No es que falte ruido ni sobre silencio. Solo vivo lo que la vida me trae porque ya viví eso de querer vivir una vida que era de todos menos mía.
El silencio resulta incómodo, inconveniente, insoportable pero viene después de muchas palabras neutras, dolorosas, poco pensadas o superfluas. Necesitamos hacer del silencio nuestro aliado, nuestro compañero y nuestra tabla de salvación en días que es mejor dejar ir.
Para alguien que usa tanto la palabra como es mi caso, el silencio es un bien escaso pero necesario en mi día a día. El silencio no significa que algo anda mal pero si lo utilizo cuando tengo una maraña de sentimientos o ideas confusas. Años de terapia me han enseñado aunque no siempre lo consiga a silenciar mis palabras, dominar mis impulsos y calmar el torrente de energía que me lleva a hablar demasiado, correr muy deprisa y malgastar mi energía en pensamientos que hago míos cuando no lo son.
El silencio no se aprende pero se practica una y otra vez y tal vez algún día seamos capaces de entender su belleza y agradecer su existencia.